Hace más de 25 años, un joven español decidió salir de su mundo familiar y abrirse a una familia mayor, de dimensiones universales. Y entró a la familia salesiana, cuyo carisma fundamental es testimoniar la fe en medio de los jóvenes, creando nuevas generaciones de cristianos que perpetúen la fe a lo largo de los siglos.
Este joven adolescente español, oriundo de Avila, la tierra de Santa Teresa de Jesús, se abrazó a los designios de Dios, iniciando una consagración vocacional profundamente enraizada en su corazón. Y es la que hoy nos convoca, con sana alegría, a sus bodas de plata sacerdotales.
Avila y Moca, Moca y Avila son para Goyo la misma pasión; allá descubrió la virtud infinita de su fe; aquí, en 16 de sus 25 años de sacerdocio, ha visto florecer recia personalidad, su carácter, sus dones de servicio y su entrega total a su iglesia.
Dejó un día su tierra, su familia, su cultura, para asumir como suyas otras tierras, otras familias y otras culturas.
Y se consagró. Sintió el VEN y el VE. El VEN a ser de Dios; y el VE para servir a los seres humanos, allí donde más necesiten ser realizados en su vocación personal, comunitaria y social.
Padre Gregorio García (Goyo)
Las dos caras de la consagración: “Ser de Dios” “ser-para-los-demás”, lo llevan a vivir de la oración y la acción. De la oración que le hace vivir la intimidad con Dios y hacer de El no una teoría, sino una experiencia; y la acción que le hace transformar las realidades personales, comunitarias y sociales, haciendo que las personas pasen de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más decentes.
La consagración le hace vivir tres grandes experiencias: una experiencia de Dios; una experiencia de comunidad; y una experiencia de misión.
Vive, en primer lugar, una experiencia de Dios. El sacerdote no puede ser un teórico de Dios, sino un testigo, alguien que le transmite con su vida, porque ha sabido experimentarlo en su ser. Solamente si experimenta a Dios, podrán los demás experimentarlo a través de él.
Vive una experiencia de comunidad, dentro de la familia salesiana, que le hace construir cada día los valores comunitarios que debe exhibir en su personalidad: sencillez, sinceridad, servicio, solidaridad, diálogo, fraternidad.
Vive una experiencia de misión, pues Dios siempre llama para enviar. La misión común de los cristianos de construir el Reino de Dios en la historia, se hace para el sacerdote una llamada más exigente y apremiante.
Culto, inteligente, dedicado. En el padre Gregorio García la iglesia tiene hoy a uno de sus más consagrados estudiosos salesianos, pero al mismo tiempo, a un entusiasta trabajador para la evangelización, la enseñanza y la integración juvenil, lo que se muestra cada día desde el colegio, el centro Juvenil y las obras de promoción humana que realiza, algunas de ellas poco comprendidas, pero aleccionadoras, como la reafirmación de fe el domingo de resurrección, cuando reunió a miles de fieles jóvenes en el play Don Bosco.
Goyo es el padre querido de una feligresía que valora sus buenas acciones, que vive pendiente de sus sabios consejos cargados de espiritualidad.
Sencillo, silencioso, cercano, trabajador incansable, entregado por completo a su magisterio sacerdotal, Goyo vive sembrando esperanza, alegría, sueños, descubriendo cada día una nueva obra para el bien, porque no es solo un sacerdote de liturgia y de estudios contemplativos. Es un profesor y un maestro, un ingeniero y un arquitecto, y lo practica, construye y levanta paredes y sueños, y vive gravitando sobre todos, porque parece que no duerme, a cada momento algo está haciendo. Confieso que lo que más admiro de él es su pasión intelectual, porque parecería que lo graduaron para pensar, para desenvolverse en el mundo de la cultura.
Este cultivo de la palabra le ha servido para predicar la vida espiritual, que hoy día se hace más trascendente por el valor especial que la iglesia asigna a los laicos, con los que trabaja el padre Goyo, y especialmente los jóvenes, a quienes le exige disciplina, comportamiento correcto, que son la base del éxito en la vida.
El padre Goyo es un pastor que entiende la importancia de la madurez humana, que trasciende la carga emotiva del día a día, que quebranta y eclipsa el sano juicio, y se envuelve en un mundo que a veces se torna incomprensible, pero es un mundo de siembra, cuya cosecha se vive cada día en el alma y el corazón de todos los mocanos.
Y como salesiano, vive su propia alegría, porque los salesianos somos alegres, que como dice la sabiduría salesiana, “nos une el vínculo de la fraternidad en el ideal de Don Bosco, que no es otra cosa que ser para los jóvenes rostro del amor a Dios”.
Moca se siente orgullosa de celebrar hoy estas bodas de plata de un hijo de Don Bosco que ha sabido sembrar esperanza; ha sabido construir futuro; ha sabido transmitir sabiduría; ha gestado un proyecto generacional renovador, a través de la siembra cotidiana en el Colegio Don Bosco y en el Centro Juvenil; ha sabido abrir horizontes a tantos jóvenes de nuestras comunidades.
Celebrando estos 25 años de vida sacerdotal del Padre Goyo, es celebrar una apuesta por la esperanza, por el futuro, por un mejor porvenir para nuestra Moca querida y nuestros jóvenes.
He admirado en tantos años que llevo tratándolo su dedicación al preparar cuidadosamente sus homilías; es exigente consigo mismo; manifiesta siempre una disponibilidad al servicio; una preocupación por abrir caminos de superación entre los jóvenes; un esfuerzo educativo y pedagógico en todo lo que hace; una fidelidad constante a la espiritualidad salesiana, que alimenta profundamente su vida.
En estos 25 años, los mocanos debemos celebrar por la vida consagrada del Padre Goyo, que como bien nos señala el rector mayor salesiano Pascual Chávez, ”toda vida, en cuanto Don de Dios, tiene no solo dimensión de compromiso, sino de culto”.
Son 25 años sembrando el carisma de Don Bosco en la iglesia, trabajando y creando el evangelio vivo de los jóvenes. Estoy seguro que nos volveremos a juntar para celebrar los cincuenta años de vida sacerdotal de Goyo, porque su ejercicio es de reto, de compromiso, de proyección y de entrega, y su ministerio con el tiempo rejuvenece.
Por eso, en este día especial de sus bodas sacerdotales, nos elevamos a Dios para decirle a este hijo ejemplar de la iglesia:
Gracias Goyo por ser como es, un tesoro de virtudes, un manantial de conocimientos, de sabios consejos, en los que nos enseña que no podemos vivir sin espiritualidad, que debemos entregar el corazón y la vida al servicio de los demás, como lo hizo Vicente y como es la enseña de Don Bosco, amar a los jóvenes, educarlos en el servicio y practicar la caridad.
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de San Ireneo, quien expresaba en una fórmula feliz: “La gloria de Dios es que el hombre viva”. Creo que el Padre Goyo ha hecho suya, en la práctica, está máxima. Glorificar a Dios a través del compromiso porque los seres humanos tengan mejores condiciones de vida. Porque él ha sabido ver en el hermano, el rostro amoroso de Dios. Eso nos recuerda aquella frase sublime de Clemente Alejandrino: “Si has visto a tu hermano, has visto a Dios”.
Llegar a 25 años de vida sacerdotal en estos tiempos difíciles, es una gracia de Dios y una proeza humana. Así como la plata es un metal sólido y que brilla, así de sólida siga siendo su vocación y consagración religiosa, para que brillando en medio de nosotros, de gloria al Padre que está en los cielos.
Gracias Padre Goyo por su fidelidad al sacerdocio, por su entrega total a Cristo, por cultivar el evangelio con la vida y por darle sentido de fecundidad a los jóvenes.
Gracias por la siembra de generaciones salesianas que hoy siguen sus huellas, pero sobre todo, gracias por ser como es, porque ser auténtico es una virtud, que se comprende en el tiempo, porque lo imperecedero es la gracia de Dios, que nos muestra la belleza de una vida sana y la grandeza de su noble corazón.