Alguien dijo alguna vez que recordar es vivir; nada más verdadero. El proverbio pondera mis remembranzas de hoy, al recordar la instrucción que recibí en Literatura, en mi tiempo de adolescente. No sé porque razón, hoy recordé a Richard Bach y su “Juan Salvador Gaviota”, aunque estoy convencida de que nada ocurre por casualidad.
La experiencia de leer esa obra es trascendental; sus páginas amenas, nos enganchan tan pronto iniciamos el primer párrafo. Y sus enseñanzas perduran para toda la vida. Nos enseña el don de servir a los demás; amar, perdonar; vencer el temor y la tristeza; romper la rutina y crear.
Una obra pequeña en tamaño, grande en contenido; casi profética, que nos muestra como conociéndonos y potenciando nuestras capacidades, podemos ayudar a las demás personas, aún cuando estás no busquen nuestro bienestar.
Si!, hoy recordé las enseñanzas, de Juan, el hijo de la Gran Gaviota; el de vuelo pausado y rápido según lo que perseguía; esa ave que nos enseñó a nunca detenernos, sino, amar volar, aleteando nuestras alas, para dejar de vivir como palmípeda normal; vivir nuestros desafíos y aprender de los fracasos.
Hoy le recordé aquellas palabras sabias: “podemos aprender a volar y mostrar los nuevos horizontes que nos están esperando”. Y coincido con Juan en que debemos abrir los ojos y ver, apartando el miedo y la ira. Aún cuando es tan difícil despojarse de ellos, pero no imposible.
Me enseñó y es muy cierto, que etapas terminan y otras comienzan, pero en cada una, es importante alcanzar y tocar la perfección de lo que amamos hacer. Para Juan, el cielo es ser perfecto, no es un lugar ni un tiempo. Es sólo eso: perfección. No tiene números, ni tiene límites.
La personificación realizada por Bach en “Juan Salvador Gaviota”, también me inspiró aprender que nuestra mente no es limitada y no somos prisioneros de nuestro cuerpo. Debemos creerlo, somos seres perfectos y sin limitaciones!, claro, siempre que sepamos lo que hacemos. Entendamos el significado del amor y la bondad, sin dejar de aprender.
Asimismo, a seguir trabajando en el amor, conocer su naturaleza, para compartirlo; practicar lecciones de bondad, mientras dejamos que nuestro pensamiento vuele. Identificando que siempre hay alguien a quien podemos ayudar y puede aprender; así como nosotros lo haremos de él.
Esa maravillosa gaviota, me enseñó el sentido de vivir con libertad, un derecho fundamental; pero con libertad mental, sin limitarme; repudiando el orgullo que nos invaden de vez en vez, como humanos que somos, así como la ira y la furia ante el fracaso. Sin convertirme en paciente, sino accionar para seguir buscando la perfección en esta vida, buscando el cielo.
Me enseñó a tener hambre de aprender y eso, sencillamente, lo disfruto. Aún cuando familiares y amigas, pelean por los adiestramientos que emprendo. Me convenció de que debo superar caídas y enseñar a otras personas a volar mediante un pensamiento libre, porque “lo que no nos da libertad, no debe ser parte de nuestras vidas”.
Hoy agradezco a Juan Salvador Gaviota, el mostrarme que somos seres especiales, que debemos conocerlo y creerlo, para poder desarrollar nuestros talentos, para bien de la colectividad. No importa que seamos incomprendidos; eso nos hace grandes.
Otra enseñanza de la voladora, es evitar hacer daño, aunque esa decisión nos lastime. Siempre nuestra función debe ser de protección hacia nuestros semejantes y eso nos protegerá a nosotros mismos. ¡Que el espanto y la tristeza no nos invadan!.
La clave para superar nuestros límites es el orden y la paciencia, dice la gavina. Otra encomienda que nos deja la palmípeda, es amar a quien no quiere nuestro bienestar y enseñarle a ver sus fortalezas.
Además, saber que no hay límites para el aprendizaje; cosechar el placer por hacer algo bien, para de esa forma construir nuestro cielo y guiar a quienes nos aman hacia él, en interés de hacerlos caminar hacia la luz. ¡Hoy tú tienes ese chance, no seas una gaviota normal, haz la diferencia!
La autora es Educadora, Periodista, Abogada y Locutora.
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