Por Emilia Santos Frías
El ambiente de nuestro país vive en frecuente alteración, fruto de la contaminación acústica o sonora, y otra igual de perjudicial y molesta: la contaminación por desechos; fruto del ruido permanente y basura por doquier, en cualquier calle, avenida, acera o esquina los munícipes crean vertederos improvisados, los correctivos son débiles, pues el mal persiste.
Estos males afectan a más de 10 millones de personas que viven en la República Dominicana. La contaminación sonora y por basura está presente en cada localidad. Y es posible que gran parte de esta cantidad de habitantes sean los responsables, junto a quienes están llamados a solucionar esta situación.
En los barrios populares, donde las casas están ubicadas a escasos metros, se compite por cual radio tiene el volumen más alto; el ruido no es selectivo, basta con cualquier tipo de música, pero que se escuche bien alta: No tiene hora ni horario, simplemente, ruido 24 horas, siete días a la semana. Lo mismo ocurre con los desechos que producen, y que de forma irracional muchas personas colocan de forma tal, que adornan las principales avenidas, de manera permanente, pues la recogida para insuficiente, por parte de los camiones para esos fines.
No cabe dudas, necesitamos educación, el proceso de aprendizaje será largo. Mientras, si la cosa sigue como va seguirán las enfermedades en aumento.
Está contaminación a parte de enfermarnos, vulnera derechos fundamentales como la paz. Y es que incluso desde nuestras camas podemos escuchar el músico del vecino, el señor que parqueo su automóvil y necesita demostrar que su radio tiene volumen de gran alcance; las bocinas de los hermanos cristianos, sobre todo muy tarde en la noche o muy temprano en las mañanas. Y estas por lo dramático del discurso, son más molestas que las clásicas de los vendedores de plátano, pan, helados, cosas viejas y detergentes.
Lo mismo ocurre con la música y tertulias de los visitantes de los llamados drinks. El ruido no es exclusivo de ningún sector o provincia, ¡haga memoria!. Quienes alguna vez pensamos que vivíamos en un remanso de paz, sólo nos queda añoranza, “oda a la vida tranquila”.
Transportarse en el Metro de Santo Domingo, significa economía para estudiantes y trabajadores, un paseo familiar para otros, pero allí también llegó la estridencia de algunos pasajeros que con imposición por los alto de su discurso, nos hacen participes de su vidas y creencias, está última siempre evangelizando con temor. Presentándonos a un Dios que viene y traerá drásticos castigos a quienes no hagan lo que ello dicen es lo correcto.
Por otro lado, está la alta contaminación a la que nos exponemos cuando vamos como pasajeros de algún autobús, urbano o interurbano. ¡Haga la prueba!. El chofer lleva su música a mil, si tiene algún asistente (cobrador), este usa un lenguaje para referirse a los viajeros, que para no ofendernos como buenos dominicanos y dominicanas, lo hemos acuñado como parte del folklore, pero no usted y yo sabemos que es maltrato y falta de respeto. Y si el autobús se detiene en algún paraje, sobre todo cuando nos dirigimos a pueblos; ¡si usted padece de migraña, medíquese!, porque en ese autobús de comerá de todo, y ya no importa si es el de mayor prestigio, el más caro o el menos conocidos, en todos es lo mismo, se dirija al Suroeste, Sureste o Cibao; esa mezcla de olores a fritura, les aseguro que no será agradable, pero ha sido así desde siempre y por eso usted que lee en este momento, es posible que crea que es correcto, pero no, eso también es contaminación.
Somos 48,442 kilómetros cuadrados de ruido, he escuchado a muchos y muchas justificar esta problemática con la frase “es cultural”. ¿Lo es también arrojar basura en cualquier lado; no reciclan; no educar a su hijos e hijas en urbanidad, conocedores de sus deberes y cumplidores de sus derechos?.
Ser ruidosos y contaminar una Nación, no puede ser cultural. Es sólo que los malos modos corrompen todo, hasta la justicia y la razón, tal como dijo Baltasar Gracián. No por ser más estridentes, tenemos la verdad o ganaremos más adeptos; contaminar es un crimen. Pero para eliminar esta dificultad, carecemos de acciones reales y posibles, en todo el país. Y así queremos cumplir la meta de 10 millones de turistas, cuando en lugares como Barahona, Puerto Plata y Bávaro, claves para ese logro, el ruido de las zona circundante, penetra a las habitaciones, e impide a los visitantes conciliar el sueño, remontándoles a cualquier barrio desprovisto de servicios esenciales, olvidado en su marginalidad. ¡Ni en nuestra cama tenemos paz y escapamos de esa contaminación!.
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